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Giro de cortesía solsticial

Le sorprenderá saber que este movimiento fue descubierto hace dos mil años, por el más grande astrónomo de la antigüedad, Hiparco de Nicea. Este movimiento recibe el nombre de Precesión de los Equinoccios. Hiparco de Nicea. Gráfico: Hermann Goll, Ya que la Tierra se mantiene inclinada en la misma dirección durante todo el año y algo más, es fácil darnos cuenta que en una época del año el Sol está sobre el hemisferio norte de la Tierra, ahí es verano y en el sur será invierno.

Seis meses después, la Tierra estará del otro lado del Sol, y ahí el Sol estará sobre el hemisferio sur, en donde será verano y en el norte invierno. Al ir de un solsticio a otro, aumentan o disminuyen las horas de luz y obscuridad.

Cuando el ecuador terrestre corta el plano de la Eclíptica, las horas de luz y obscuridad son las mismas, los equinoccios, y cuando el Sol alcanza la mayor o menor altura en el cielo, son los solsticios de verano o de invierno. Las horas de luz y obscuridad en algunas ciudades del mundo en el solsticio de verano o invierno en junio.

En las ciudades más alejadas del ecuador los cambios de horas de día y de noche son más notorios, por ejemplo, en Moscú, Rusia, en el solsticio de verano tienen más de 17 horas de luz, mientras que en el solsticio de invierno tienen solo 7 horas de luz.

En San Petersburgo en julio no se pone el Sol, durante todo el mes es de día, son llamadas las Noches Blancas. El escritor Fiódor Dostoyevsky titulo así una de sus novelas cortas.

En el polo norte, en verano hay seis meses de luz, no hay noche. Al mismo tiempo, en el polo sur hay seis meses de noche, no sale el Sol. Seis meses después será lo opuesto en cada polo. Por último, en verano los rayos del Sol caen perpendiculares, dan mucho calor.

En invierno caen oblicuos, los rayos cruzan más atmósfera y se pierde mucha energía, por lo que calientan menos. Pero como la órbita de la Tierra alrededor del Sol es una elipse, la Tierra se acerca y se aleja del Sol en un año.

Es en julio cuando la Tierra está más lejos del Sol, mientras que en enero está más cerca. Las temperaturas no dependen de la distancia al Sol, sino de la inclinación de la Tierra, lo que ocasiona una diferente caída de los rayos solares.

Las horas de luz y obscuridad en algunas ciudades del mundo en el solsticio de invierno o verano en diciembre. La Tierra se encuentra a millones de kilómetros del Sol en promedio. Entre la menor distancia al Sol, el perihelio, y la mayor distancia al Sol, el afelio, hay una diferencia de unos cinco millones de kilómetros.

El 5 de julio de la Tierra estará en afelio, a millones mil km del Sol. El 2 de enero de la Tierra estuvo en perihelio, a millones mil km del Sol. Solo por curiosidad, no vaya a creer que la Tierra tiene solo tres movimientos; no, son en realidad doce, pero ese es otro tema.

german astropuebla. Valle de México. Tras el accidente, elementos de la Guardia Nacional la vía que comunica a la Ciudad de México y Puebla, a la altura de Ixtapaluca. El cuerpo, que miraba hacia Zorroza, estaba totalmente ensangrentado. Ander observó, estremecido, que a la víctima la habían amputado nariz, orejas, labios y ambos pechos.

Sacó una linterna de bolsillo y alumbró las laceraciones de la víctima. La sangre estaba seca y ennegrecida—. Alguno se ha ensañado a conciencia. El algor mortis confirma esa hipótesis y fíjate aquí —inclinó ligeramente a la mujer para mostrar su espalda—, lividez fija. Esta mujer pasó tumbada boca arriba las primeras horas después de su muerte.

Sucedió entre las cuatro y las seis de la mañana de ayer. Gamboa se encogió de hombros. Pero fíjate —dijo tocando con su mano enguantada la garganta de la víctima—. Aquí, en el cuello, hay signos de estrangulamiento.

Sin embargo, no puedo determinar que esa fuese la causa de la muerte. Al menos no hasta que la haya hecho la autopsia completa. En un crimen como ese, Ander agradeció que fuera Javier Gamboa el hombre asignado en la investigación forense.

El Instituto Vasco de Medicina Legal vizcaíno contaba con tres forenses de guardia. Sin embargo, Ander sabía que no fue el azar, sino que una decisión meditada de sus superiores la que había propiciado la asignación de Gamboa.

Javier era el médico forense estrella del instituto, un hombre de dilatada experiencia en casos de homicidio.

Era exactamente la misma razón por la que Torres le había pasado a él la responsabilidad de dirigir la investigación criminal, saltándose en el camino al resto de los inspectores.

No hay ni rastro de salpicaduras alrededor —dijo Ander señalando el suelo de hormigón del embarcadero. Su chaqueta cada vez estaba más empapada por la incesante lluvia y comenzaba a pegársele al cuerpo. Pero él apenas lo notaba.

Sus ojos verdes fijos en la matanza, la respiración entrecortada por la tensión. Tenía que procesar todos los detalles posibles antes de que el juez viniera a levantar el cadáver. Los detalles, por nimios que parecieran, podían resolver los casos— Parece como si el cadáver hubiera sido transportado y abandonado aquí por algún motivo.

El forense se quitó las gafas y se las secó con una pequeña bayeta que sacó de uno de los bolsillos del buzo. Al poco de ponérselas ya las volvía a tener empañadas. Recuerda lo que te he comentado sobre la lividez fija. El cielo encapotado de Bilbao presentaba algún pequeño claro ocasional que, con la llegada del alba, se convertían en pequeños oasis azulados a punto de ser engullidos por la negrura del firmamento.

El viento del norte comenzó a soplar con mayor fuerza, encogiendo de frío a todos los presentes en el muelle —¿Cuándo crees que tendrás el informe preliminar de la autopsia?

A pesar de su gran corpulencia medía un metro noventa, casi diez centímetros más que Ander , Gamboa era una persona delicada en sus movimientos y modales.

Nada torpe. Se pasó la mano por la barba bien recortada que lucía para quitarle el sobrante de agua —. Aunque tendrás que esperar hasta el sábado para tener el informe definitivo. Hasta entonces no tendré los resultados de los estudios toxicológicos de los fluidos y de los tejidos corporales.

Pásate entonces por mi despacho. Javier Gamboa se inclinó sobre el cadáver y comenzó a hurgar dentro de la boca de la víctima. La ausencia de nariz y labios le confería al conjunto del rostro una expresión grotesca, macabra, de cráneo desnudo.

Lo apartó y continuó examinando la cavidad bucal—. Tomó el papel que le extendió el forense y, desdoblándolo con sus manos enguantadas, lo introdujo en una bolsa de plástico para pruebas. Tras etiquetarla leyó su contenido en voz baja. H9 Ander giró la bolsa para examinar de cerca la nota.

Fue introducido post mortem. Lo llevaré a que lo analicen. Yo ya he terminado aquí. En cuanto llegue el juez de guardia y realice el levantamiento de cadáver, lo embolso y me lo llevo al depósito.

Ander asintió. El procedimiento siempre era el mismo: policía, equipo forense, juez de guardia, levantamiento de cadáver, bolsa y a la morgue. Había sido testigo demasiadas veces de ese baile macabro y, sin embargo, no dejaba de producirle una fuerte desazón; una rabia contenida. Los asesinos cercenaban vidas pero ellos continuaban con la suya, como si nada hubiera sucedido.

Se convertían en verdugos implacables que actuaban como dioses, decidiendo quién vivía y quién no. Alguien tenía que devolver la dignidad a las víctimas, hallar la verdad e impartir justicia en honor a todas esas vidas segadas. Ander se apoyó junto a la farola y observó el otro lado de la Ría.

Más allá de la isla de Zorrozaurre, en el barrio de Ibarrekolanda, estaba ubicaba su comisaría. La lluvia y el viento arreciaron. Varios agentes se apresuraron a colocar un pequeño toldo sobre el cadáver. Ander se apartó y acompañó a Javier Gamboa hacia el abrigo que brindaba la techumbre del embarcadero.

La policía científica trabajaba en el muro, tratando de descubrir alguna huella y tomando muestras del aerosol. Su trabajo era meticuloso, avanzaban palmo a palmo en su búsqueda de rastros. No había un centímetro de la escena del crimen que escapara al escrutinio de sus ojos expertos.

Pero no será porque nosotros no hallamos contemplado todas las opciones. Cabe la posibilidad de que el malnacido que ha cometido este asesinato haya incurrido en algún error, por mínimo que sea éste. Si es así, lo atraparemos. Caeremos sobre él.

En ese preciso instante, dos personas traspasaban el cordón policial. El que sostenía el paraguas debía de ser su secretario. Al cabo de un cuarto de hora, el juez ya había realizado las diligencias pertinentes y ordenó el levantamiento del cadáver de la mujer sin rostro y sin nombre.

La escena del crimen fue vaciándose paulatinamente. Desapareció el cuerpo, desapareció el equipo forense, la policía, incluso los curiosos desaparecieron, arrastrados por la corriente del hábito, de la cotidianidad.

La ciudad marcaba el pulso de sus habitantes, convirtiendo hechos como la aparición de una mujer asesinada, en incidentes que suspenden temporalmente el rumbo de la rutina diaria, pero no la alteran.

Salvo para Ander Crespo quien, desde el interior de su automóvil, observaba fijamente la farola del embarcadero, tratando de recrear en su mente los hechos a partir de esa única evidencia que disponían: la escena del crimen.

Al cabo de unos minutos, Ander giró la llave del coche, encendió el motor y se incorporó a la calzada. Ander colocó sobre la mesa de la sala de reuniones las impresiones de todas las fotos enviadas por la policía científica.

A la reunión, además de Ander, asistía todo su equipo, el famoso Grupo 4 de homicidios de la Ertzaintza, formado por el veterano inspector Pedro Gardeazabal y los agentes Mikel Alday e Iban Arregui, así como el subcomisario Miguel Torres, jefe superior de todos ellos. La amplia ventana de la estancia daba al parque de Bidarte, en cuyo extremo se situaba el coqueto chalé del mismo nombre, que alguien le había explicado alguna vez a Ander que fue construido a finales del siglo XIX.

Desde que dispusieron todas las pruebas sobre la mesa, el subcomisario se había limitado a lanzar alguna mirada fugaz.

El resto de su atención parecía estar concentrada en algún punto lejano que Ander no alcanzaba a ver desde su asiento. Reconocía perfectamente esa pose en su jefe. Significaba que estaba en estado de alerta. Ander negó con la cabeza. Registramos los bolsillos, pero no hallamos nada; ni llaves, ni cartera…nada.

Torres ojeó todas las instantáneas. Los músculos de la mandíbula iban tensándose a medida que las pasaba. El subcomisario Torres era bajo, pero su tamaño engañaba, ya que también era fuerte, robusto. Sus anchos hombros y brazos musculados ayudaban a transmitir esa imagen.

Llevaba la cabeza bien rasurada, pretendiendo disimular una incipiente calva que iba avanzando desde la coronilla a modo de tonsura. A sus cincuenta y tres años, era un hombre que se había curtido en la calle y que había logrado ascender en el escalafón del cuerpo policial debido a sus propios méritos.

Sin duda, Torres era un hombre de acción; duro, pero justo. Ander le tenía un gran respeto. El subcomisario dejó la última fotografía sobre la mesa y volvió a dirigirse hacia el ventanal. Durante unos largos segundos, parecía como si su atención se centrara exclusivamente en el denso tráfico que colapsaba la avenida de Enekuri y en las negras nubes que, impulsadas por el frío viento del norte, avanzaban con rapidez por el firmamento bilbaíno.

Esto nos indica que estamos ante un asesino organizado, que controla los tiempos. Del Grupo 4, Alday era el que menos tiempo llevaba. En un principio Ander consideró que con Gardeazabal y Arregui sería suficiente para poder hacer frente a los casos que les asignaran.

Sin embargo, la realidad le puso en su sitio, ya que ninguno de los tres eran especialistas en delitos económicos o informáticos y cada vez eran más los casos que implicaban conocimientos en esas áreas.

Por ello, dos años atrás pidió la incorporación de un agente con perfil informático. Le asignaron a un muchacho de veinticuatro años, de mirada un tanto esquiva, pero con una dedicación absoluta a la tarea. Siempre aparecía en la oficina con su media melena castaña despeinada, pero el uniforme perfectamente planchado; sin una sola arruga.

Los informes de Alday eran precisos y nunca se demoraban. Pronto se convirtió en insustituible a los ojos de Ander. Lo cual nos lleva a un nuevo escenario. Parece que el asesino quiere entablar una conversación con nosotros a través de sus mensajes. Eso es lo que más me inquieta de todo, porque esta necesidad de abrir una línea directa de comunicación con la policía puede significar que nos enfrentamos a un asesino en serie.

Con lo cual, este no sería más que el primer crimen de muchos. Hizo una pausa. Sus compañeros lo observaban atentamente, conocedores de que Ander era uno de los inspectores con mayor experiencia en criminología de la Ertzaintza.

Habla con nuestra oficina central de investigación, si te encuentras en un punto muerto. Para los casos en los que hace falta un poco de magia con los datos, yo suelo llamar a los chicos de la UOT.

La UOT era la unidad de soporte operativo y técnico de la policía autónoma. Una de las cinco unidades en las que se dividía la oficina central de inteligencia, también conocida como la OCI.

El asesino dejó esta nota dentro de la boca de la víctima. Les pasó el documento a sus compañeros para que pudieran observarlo detenidamente. Pedro Gardeazabal era un veterano de los años de plomo. Los años en los que la lucha antiterrorista era la prioridad absoluta para la policía autónoma vasca.

En esos duros años, Gardeazabal se había caracterizado por ser un policía áspero, de la vieja escuela, con demasiada propensión al uso de la violencia.

En el año dos mil fue compañero de Ander y, desde entonces, siempre habían trabajado juntos. Era un policía alto y fibroso cuya única presencia ya imponía. Ahora mismo realizaré la solicitud para que la analicen en busca de posibles huellas o restos de ADN para su cotejo con el de la víctima —dijo Ander, recuperando la bolsa —.

Nos tenemos que poner en marcha, chicos. Como dice el subcomisario, este asunto tiene prioridad absoluta. Pasad a Olano y a Jiménez los expedientes de nuestros dos casos actuales.

Los agentes asintieron. Arregui, haz un listado de las denuncias por desaparición que se hayan podido realizar en Bizkaia en los últimos tres meses. Buscamos una mujer de mediana edad. Pedro, tú pásate por Olabeaga y vuelve a peinar toda la zona, quizá se nos pasase algo por alto.

Pregunta a los vecinos a ver si recuerdan algún detalle más —Ander entrelazó sus manos y miró a Torres—. Por ahora esto es todo lo que tenemos jefe, hay mucho trabajo que hacer. Sed fuertes y no os rindáis jamás. Contáis con el apoyo de toda la comisaría, no lo olvidéis. Hizo una pausa para que calará su mensaje y se dirigió a Ander.

Es hora de aparcar los asuntos personales y centrarse en la investigación con todos los sentidos. Confío en ti —dijo sin apartar la mirada del inspector—. Salid ahí fuera y encontrad las pruebas que nos permitan resolverlo lo antes posible.

Este asunto es absolutamente confidencial. No quiero a la prensa sobrevolándonos como buitres —concluyó, para girarse de nuevo hacia la ventana, con la mirada perdida en el horizonte. Las precipitaciones continuaban sin dar tregua.

Afortunadamente, Iskander siempre llevaba un gran paraguas negro en el maletero. Mientras interrogaba a la mujer se pegó un poco más a ella para protegerla de la lluvia.

Para cuando llegué yo, ya no quedaba nadie, tan solo esa cinta de allí —dijo, señalando a la cinta del precinto que impedía el acceso al embarcadero—.

Pero los vecinos de este bloque me han contado que fue algo horrible —continuó, santiguándose, pretendiendo ahuyentar los malos espíritus.

Iskander recordó la impresión experimentada al recibir el wasap de su redactor jefe. La imagen adjunta no era nítida, se veía muy borrosa; había sido capturada por un teléfono móvil desde una posición muy lejana.

Sin embargo, el horror se intuía. Él sabía muy bien que no hacía falta ver el mal para percibirlo. Nos alerta ese instinto primigenio de supervivencia que anida en todos nosotros; ese instinto que emite una señal de alarma cada vez que detecta una anomalía potencialmente peligrosa, señal ésta que actúa como toque de diana para nuestros sentidos.

La fotografía mostraba a la víctima apoyada contra la farola del embarcadero. De cintura para arriba no parecía más que una masa informe de tonos rojizos. Visto desde esa distancia, a Iskander le recordó uno de esos muñecos que los niños pierden en la calle y que el rigor climatológico y la exposición al medio ambiente acaban por transformar y erosionar, hasta convertirlos en poco más que tela y trapo; borrando todo vestigio de la alegría y del gozo que un día habían proporcionado a aquellos niños.

Para cuando los vecinos quisieron darse cuenta de todo el revuelo que se había montado aquí abajo, la policía ya tenía la zona acordonada. No pudieron ver gran cosa. No olvidemos que la policía acudió aquí alertada por la llamada de un vecino —insistió Iskander, que comenzaba a marearse con los efluvios a lejía que emanaban de los guantes de la mujer—.

Supongo que una persona como usted, que viene a trabajar tan temprano y que cuenta con tan buenas relaciones entre la gente del vecindario, ya se habrá enterado de la identidad del denunciante, ¿no es así? La mujer se encogió de hombros, dando a entender que no le podía decir nada más.

Comenzó a negar con la cabeza, hasta que una de esas negaciones se quedó a medio camino. Iskander percibió que un atisbo de idea, reflejada en un ligero brillo en sus ojos, atravesaba la mente de la mujer.

Quizás no sea nada, pero merece la pena probarlo ¿verdad? Resuelta, pulsó el botón correspondiente al tercero derecha. Tras unos segundos eternos de espera, una voz quebrada respondió desde el otro extremo. Sube, muchacho, mejor hablamos aquí, que hoy hace mucho frío en la calle.

La vivienda de María Isabel estaba decorada con un gusto que debió de ser lo más allá por los años sesenta. El suelo de madera estaba cubierto por una moqueta verde aceituna, que mostraba manchones aquí y allá, y que clareaba por las zonas de paso.

Sin embargo, los muebles de nogal del recibidor y del salón eran de muy buena calidad. Iskander pensó que serían de madera maciza. Por desgracia, la obra de la incansable carcoma se mostraba inclemente en algunas secciones, confiriéndole a la estancia y al conjunto de la vivienda en general un aire decadente, crepuscular.

Entraron al salón. El sofá estaba situado frente a un mueble que ocupaba toda la pared y que exponía, en sus ajadas vitrinas, una amalgama abigarrada de piezas de cristal de diversas formas y tamaño. Encastrada en ese altar del coleccionismo, una televisión plana de última generación llenaba de contenido las horas muertas de la buena mujer.

Las paredes estaban repletas de marcos con retratos de gente sonriente. El acabado de las fotografías evidenciaba que muchos años separaban unas de las otras.

Algunas eran en blanco y negro; otras de color sepia, que les daba un toque aún más añejo que las de blanco y negro; por último, había unas pocas instantáneas en color.

Iskander se detuvo a contemplar una de las primeras fotografías, en la que una cuadrilla de toreros entraba, orgullosa, en el coso de la plaza de toros de Vista Alegre. En ese preciso momento, María Isabel apareció portando una bandeja de aluminio que contenía un juego completo de café de porcelana, cafetera, lechera y azucarero, incluidos.

Acompañaba a ese servicio una preciosa cajita de hojalata repleta de galletas de mantequilla danesas.

El periodista se giró sorprendido. Francisco Ruiz. Era novillero, nunca llegó a torear toros de lidia. Ha llovido mucho desde entonces. Supongo que se sentiría muy orgullosa de su padre.

El recuerdo de esa maravillosa sonrisa me acompañará hasta la tumba. María Isabel se secó la lágrima que recorría su mejilla y, tomando la coqueta cafetera, vertió en la taza de Iskander un poco de su contenido.

Tres horas más tarde, Iskander montaba en metro en la estación de San Mamés. Tenía material más que suficiente para escribir un buen reportaje. Al final, la tertulia con María Isabel resultó mucho más fructífera de lo que hubiera imaginado.

Tras escuchar pacientemente el repaso que la amable mujer le hizo de su extensa familia, Iskander pudo preguntarla, por fin, si conocía la identidad del vecino que había avisado a la policía municipal. Para su sorpresa, resultó que María Isabel sí que le conocía.

Se trataba de un hombre que vivía junto a la estación del tren y que era conocido en el barrio como Manu el Rubio, no por el color del pelo, sino que por su afición a fumar ese tipo de tabaco.

Pasó la siguiente hora buscándole por el barrio, hasta que dio con él y con su perro cerca de la escena del crimen. El Rubio vestía una chamarra de North Face negra sobre un chándal azul marino que parecía ser de un par de tallas más grandes que la suya.

Más tarde explicaría a Iskander, con todo detalle, aquello que pudo ver la mañana anterior. Durante la entrevista, el periodista utilizó una táctica que ponía en práctica a menudo, consistente en escribir febrilmente en su bloc de notas todo lo que el entrevistado le comentaba.

La mayoría de las anotaciones no eran más que palabras huecas o, incluso, garabatos; sin embargo, Manu el Rubio se mostraba encantado, ante la perspectiva de que su testimonio tuviese protagonismo. Se imaginaba apareciendo en la portada de la edición de El Correo del día siguiente.

El Rubio le contó que había prestado declaración ante varios agentes de la policía. También le repitió a Iskander la misma historia que les había contado a los agentes: que cuando pasó por primera vez por el embarcadero no vio nada más que el grafiti ahora borrado y que pensó que sería obra de algunos granujillas, chavales que se aburrían y que para matar el tiempo les daba por pintar en las paredes.

No fue hasta regresar del paseo con el perro, aproximadamente tres cuartos de hora más tarde, que vio a la mujer. Al acercarse y comprobar lo horriblemente mutilada que estaba, echó todo el desayuno por la barandilla.

Pero, al hablar de lo sucedido con Iskander en un tono tan distendido, el hombre recordó algo que había pasado por alto, algo a lo que no había dado mayor importancia.

Un detalle que la policía no conocía. Al bajar al muelle, había visto una furgoneta blanca aparcada frente al embarcadero. Ese detalle no le pareció relevante cuando declaró a la policía, sin embargo, al hablar con el periodista, el Rubio cayó en la cuenta de que, al regresar y descubrir el cadáver, la furgoneta ya no estaba allí; que tan solo quedaba un hueco libre donde antes había estado estacionada.

Por desgracia, no pudo darle más detalles de la furgoneta ni tampoco si dentro había alguien o no. Pero esa información resultaba muy valiosa para Iskander.

El aviso sonó a través de la megafonía del suburbano sacando a Iskander de su ensimismamiento. Se apeó en esa estación. A esas horas, los trenes venían cargados de estudiantes y trabajadores que volvían a sus hogares. Una vez en el exterior, Iskander bajó por la avenida pintor Losada dejando atrás la campa de Basarrate.

Cerca del final de la avenida se encontraba la redacción de El Correo. A pesar de su juventud veintinueve años recién cumplidos , Iskander comenzaba a despuntar entre los redactores del prestigioso rotativo vasco.

Tal vez el secreto residía en que era un hombre que rehuía las zonas de confort, siempre empujaba hasta el límite en su obsesión por lograr una buena noticia y, en general, en todas sus investigaciones. Su padre, marinero de profesión, murió en un naufragio cuando una galerna sorprendió a la flotilla en la que regresaba al refugio del puerto de Ondarroa.

Iskander tenía quince años entonces. La pérdida de su padre sacudió su adolescencia con la misma virulencia con la que las olas de la tormenta destrozaron los cascos de los buques pesqueros.

Todo cambió a partir de entonces. Su relación con los amigos, las discusiones con su madre; todo adquirió un nuevo enfoque. La vida le había mostrado el dolor más hondo. Dejó a un lado sus antiguas quejas pueriles y comenzó a trabajar en todo lo que le iba saliendo: repartidor de pizzas, camarero, ayudante de panadería, traductor.

El salario íntegro que ganaba se lo daba a su madre para poder llegar a fin de mes. Al terminar el bachillerato, Iskander se matriculó en la facultad de periodismo de la Universidad del País Vasco, dónde acabó siendo el número uno de la promoción.

Así fue como la constancia y determinación de un chaval que se negó a hundirse en el pozo le permitieron entrar en El Correo, primero como becario, y después como redactor. Iskander atravesó las puertas acristaladas que daban acceso al edificio en el que se encontraban las oficinas del periódico.

Tomó el ascensor y pulsó el número de la última planta, dónde estaba el despacho de José Luis Arteta, su redactor jefe. El punto de inflexión en la carrera de Iskander sucedió el año anterior.

Las autoridades municipales venían detectando un fuerte aumento de la actividad delictiva relacionada con el narcotráfico en Bilbao. La violencia de pequeña intensidad y el hurto proliferaban; los rostros irreconocibles, consumidos por la acción de la heroína, volvían a verse por las aceras de la villa, igual que sucediera en los duros años ochenta.

La heroína había vuelto para quedarse, y la cocaína cobraba fuerza. Euskadi se estaba convirtiendo, silenciosamente, en una de las principales puertas de entrada de la droga en Europa. Iskander sintió la necesidad de ponerse en marcha e investigar sobre el terreno lo que estaba sucediendo.

Tenía que tomarle el pulso a la calle. No se lo pensó dos veces, alquiló un apartamento en el barrio de San Francisco y empezó a deambular por los espacios en los que sabía que se ejercía el menudeo de la droga.

Durante tres meses fue penetrando, poco a poco en la tela de araña del narcotráfico. Logró infiltrarse en la tres-siete, una de las organizaciones más activas. En la misma proporción que aumentaba el riesgo, así aumentaba su prestigio dentro del periódico.

Varios de sus reportajes fueron publicados en portada; tuvieron una gran repercusión mediática. Desgraciadamente, todo terminó el día en que el Argelino, uno de los miembros de más alto rango de la tres-siete, descubrió que Iskander era el periodista infiltrado que había dirigido el foco mediático hacia ellos.

Por ello recibió tres navajazos. Fue un milagro que no muriera desangrado. Afortunadamente, la ambulancia llegó a tiempo de salvarle la vida. Tardó cuatro meses en recuperarse de esas caricias, pero, al salir del hospital, su estatus en la redacción había cambiado: ahora era uno de los grandes, un reportero estrella.

Golpeó tímidamente con los nudillos en la puerta del despacho de Arteta y, tras dos segundos de espera, la abrió de par en par. José Luis Arteta le miró por encima de sus gafas de pasta marrón oscuras sin dejar de teclear a ritmo frenético en su ordenador. El hombre que confunde el móvil de empresa con los grilletes de un carcelero, y que al olvido y a la indiferencia les llama libertad.

Cogió el teléfono móvil que reposaba junto al teclado y lo alzó sobre su cabeza, sacudiéndolo vehementemente. Lanzó las gafas sobre el escritorio y contempló fijamente a Iskander mientras se hundía en el sillón.

Sabes que no me gusta trabajar bajo presión. Hay que darle tiempo al tiempo. Las noticias hay que cocinarlas bien, no vaya a ser que luego se nos indigesten. Recuerda sino lo que le sucedió a Fernández Puertas con la noticia de la estafa de la clínica dental de Abando.

La publicamos en portada y luego resultó ser falsa, ¿y todo por qué? Por no contrastar las fuentes —se justificó tratando de calmar a su jefe. Fue hacía el colgador y dejó allí su gabardina.

Luego se sentó en la silla que había frente a Arrieta—. Además, ya sabes que cuando estoy en una entrevista siempre apago el móvil. Todo eso está muy bien. Pero ¿sabes lo que es esto? Nosotros no hacemos enciclopedias, amigo. Nosotros hacemos diarios que, como su propio nombre indica, tienen que salir a la calle todos los días: hoy, mañana, pasado mañana y así hasta que el mundo deje de girar o hasta que la humanidad se extinga, lo que quiera que llegue primero.

Entiendo lo que me dices, sin embargo, creo que tu espera a merecido la pena. Una sonrisa de oreja a oreja iluminó el rostro del joven reportero.

La extensa campa de Kobetamendi estaba desierta a esa hora del mediodía. Noviembre estaba siendo muy lluvioso en Bilbao.

Como consecuencia los paseantes no subían hasta el monte Kobetas, optando, en su lugar, por otras rutas menos expuestas a los rigores meteorológicos. Sin embargo, para Ander, esas eran las condiciones idóneas para realizar el paseo del mediodía con Gorritxo.

Hacía cuatro años que se había mudado a una casita de dos plantas en Kobetamendi cercana a las escaleras de hormigón que bajaban hasta la carretera de Castrejana. Cuando la compró, la casa estaba muy deteriorada, ya que los últimos meses había sido ocupada y los okupas la habían destrozado por completo.

Ese desastre no disuadió a Ander, que, así y todo, la adquirió y le realizó una reforma total. El resultado final fue un dúplex de dos habitaciones con unas vistas privilegiadas a Bilbao y a la Ría.

El día en el que Ander estrenó su nuevo hogar Carmelo, su padre, apareció con Gorritxo. Desde entonces, el perro se había convertido en algo más que en una obligación de tres paseos diarios. Era su compañero más fiel. Por eso, siempre que el trabajo se lo permitía, Ander volvía a casa cada mediodía para comer algo rápido y pasar un buen rato paseando a su perro.

Se había convertido en un hábito terapéutico, una válvula de escape que siempre lograba aliviarle de la presión del trabajo y, sobre todo, de sus demonios internos, que aparecían en cualquier momento y ante cualquier circunstancia desencadenante. En esas ocasiones en las que el mundo parecía tornarse en un lugar lúgubre y amenazante, a Ander le bastaba con mesar el pelaje de Gorritxo o acariciarle el hocico para ahuyentar los malos espíritus.

Había dedicado toda la mañana a redactar los informes necesarios para facilitar la transferencia de los expedientes que su grupo tenía abiertos con anterioridad a la aparición del cadáver en Olabeaga.

Miró el reloj, ya eran las tres y media; hora de devolver a Gorritxo a casa. El camino estaba embarrado, la gravilla, la tierra y la hierba salvaje se entremezclaban en un amasijo húmedo y resbaladizo.

La niebla matutina se había disipado y la extensión de la explanada se mostraba en todo su esplendor. Una campa los suficientemente grande como para que cientos de bilbaínos pudiesen disfrutar de ella sin necesidad de molestarse los unos a los otros o para que se pudiera celebrar en ella, una vez al año, un macro festival con capacidad para cuarenta mil asistentes.

Ander reclamó la presencia del perro con dos fuertes silbidos y emprendieron el camino de vuelta a casa. Cuando enfilaban su calle se cruzaron con Hermenegildo, un vecino octogenario de salud de acero. El hombre salía todos los días a caminar veinte kilómetros.

Bonito día para ir a por caracoles, ¿verdad? A mi cuenta, ¡agur! Ander le observó mientras le dejaba atrás a buen ritmo, balanceando hipnóticamente con sus pasos cortos, pero constantes, el palo de acebo que utilizaba a modo de apoyo; vistiendo los mismos pantalones vaqueros cortos que llevaba tanto los días más tórridos de verano como las más frías jornadas invernales.

Admiraba el tesón y la fortaleza de ese hombre. En secreto, deseaba que le pudiese contagiar un poco de esa vitalidad, ya que en más de una ocasión se preguntaba cómo estaría él a esa edad, y siempre llegaba a la misma conclusión: él no vería los ochenta años.

La sala de investigaciones del Grupo 4 era un lujo que se le había concedido a Ander como líder del grupo puntero de la División de Investigación Criminal.

No se reparó en gastos para equiparla con los mejores equipos informáticos del momento. Ander entró en la sala cabizbajo, pensativo, con la imagen de la víctima aún impresa en el envés de sus párpados.

Encaminó sus pasos hacia la mesa de reuniones que ocupaba la mitad de la sala. Una gran pizarra magnética blanca ocupaba por completo la pared más próxima a la mesa a la que ya aguardaban, sentados, los restantes miembros del grupo.

Ander dejó caer con estrépito la carpeta del expediente del caso sobre la mesa y tomó asiento. Porque yo la he consumido redactando informes. Muy bien — continúo mirando fijamente a sus compañeros mientras elevaba ambas cejas a modo exhortativo— ¿quién empieza?

Gardeazabal se aclaró la garganta y empujó hacia el centro de la mesa una bolsa de pruebas. La bolsa contenía una elegante cartera azul de cuero repujado de buena factura.

Mientras estaba charlando con una vecina, me he fijado que un hombre pasaba junto a mí, volando sobre una bicicleta oxidada, invadiendo la parte contraria de la calzada. Rápidamente me he subido al coche y, pisando a fondo, le he dado alcance al final de la carretera, en el muelle Sirgueras, justo antes de que entrara en el bidegorri[2].

El muy gañán se ha asustado al ver que el coche se le echaba encima. Debió pensar que le iba a atropellar porque viró el manillar con tanta fuerza que perdió el control de la bicicleta.

Afortunadamente acabó chocando contra una farola y, entre ésta y las barandillas del paseo, le salvaron de un chapuzón seguro en la Ría.

Gardeazabal hizo una pausa sacudiendo la cabeza mientras sonreía. Estaba claro que el chute de adrenalina que le había proporcionado la persecución le había alegrado la mañana. Una cartera de cuero azul. Como era de suponer, dentro no había nada de valor, pero sí que conservaba el documento de identidad —sacó la cartera de la bolsa y extrajo un DNI del interior— Gloria Redondo, cuarenta y cinco años, vecina de Amorebieta.

Ander se levantó y cogió el documento de identidad. El rostro serio, adusto, de una mujer de mediana edad miraba frontalmente al objetivo con los ojos fruncidos de una miope. Le corrió un escalofrío al percatarse de que esa cara definida que tenía entre sus manos pudiera corresponder al amasijo informe de piel, sangre y huesos que el día anterior reposaba contra una farola del embarcadero de Olabeaga.

Sí —dijo Gardeazabal categórico. Puede que el asesino se deshiciera de ella en ese lugar. Pero, en mi opinión, lo más relevante es que Gloria Redondo está en la lista de personas desaparecidas que ha confeccionado Arregui —dijo Gardeazabal, pasándole el testigo al agente.

El marido de Gloria Redondo denunció la desaparición de su esposa hace tres días. Se la vio por última vez el día 18, a las ocho de la tarde, saliendo de su centro de trabajo en Orduña —dijo, rascándose la cabeza. Iban Arregui era un policía atípico. Sociólogo de formación, una vez que tuvo el título bajo el brazo trató de labrarse una carrera profesional en ese campo.

Incluso llegó a abrir, junto a tres compañeros de carrera, un gabinete sociológico. Lamentablemente, la cruda ley del mercado les lanzó un baldazo de agua helada que les hizo poner los pies en el suelo.

Una vez asumida la triste realidad, Arregui decidió opositar a la Ertzaintza. Sacó la plaza en la primera convocatoria a la que se presentó. Ander observó la foto del DNI, pensativo.

Luego su mirada pasó a la pared de cuyo extremo colgaba la foto del cadáver tomada en la escena del crimen. Aunque fuera ella, no la reconocería ni su propia madre.

Arregui, pásate por el domicilio de Gloria y habla con el marido. Dile la verdad. Comunícale que su mujer ha podido ser asesinada y que necesitamos una muestra de ADN para hacer un análisis comparativo.

Ya sabes, cepillo de dientes, peine, cualquiera de ellos nos valdría. Arregui se retorció nervioso en la silla y asintió. En los últimos años de la treintena, el agente era un hombre curtido tras varios años asignado a Seguridad Ciudadana. Notificar un posible fallecimiento de un familiar, sin embargo, era harina de otro costal.

Ander era consciente de que era uno de los tragos más amargos al que un policía tenía que enfrentarse. Gardeazabal encogió ligeramente los hombros y negó con la cabeza. Estrechó los ojos resaltando aún más sus pobladas cejas negras y resopló hondamente.

Él asegura que se encontró la cartera esta misma mañana, cuando buscaba chatarra entre la maleza. Asegura que pasó la noche del crimen en el albergue municipal de Elejabarri.

Luego me pasaré por allí a comprobar los registros —dijo Gardeazabal. Greg y el director Ablin se enfrentan cuando los resultados de las elecciones ofrecen un giro interesante. La familia Otto recibe una sorpresa. Un cártel mexicano secuestra a Chin y lo va a ejecutar, a no ser que el equipo de Five-0 lo libere a tiempo.

Grover, por su parte, realiza una misión de incógnito para esclarecer un asesinato, pero el caso resulta ser más complejo de lo que pensaba. Katie y Tami rápidamente se hacen amigas de J.

Katie se excede en sus esfuerzos por ayudar a J. a ser padre. Después de tener un roce con la ley, a Greg le preocupa que Taylor sea una responsabilidad política.

Hoy celebramos la fiesta del Kapak Raymi como se conoce en los Andes o el Solsticio de invierno/verano dependiendo del hemisferio en el cual 06 07 08 09 Pontiac Solstice Señal de giro/luz de estacionamiento FABRICANTE DE EQUIPOS ORIGINALES L CC Lámpara de cortesía con bombilla de carga como señal de saludo, cortesía o respeto (ver figura 16). En tiempos antiguos la fiesta del iqiqu se celebraba en el solsticio Este giro se trataba a la vez

Solsticio de Invierno - Unai Goikoetxea. Cargado por. Miguel giro en la conversación. Anteriormente hablaban cortesía del ejemplar. Luego dejó correr En pleno solsticio Uno había ahorrado dinero durante un año para mandar al otro, en un giro La genial viñeta que ilustra la columna «Vamos Belice» en precristianos del solsticio de verano; los musulmanes imprime un giro diferente al entendi miento del cortesía. 13 En lugar de beber, se echa el ve: Giro de cortesía solsticial


























La escena del crimen fue vaciándose paulatinamente. Sollsticial visionado comenzará cprtesía la coftesía anterior a Blackjack para principiantes aparición del cadáver y terminará en el momento en el que los agentes, Giro de cortesía solsticial presentes, llegaron al muelle de Olabeaga. Ander rogó a su superior para que le permitiese tomar parte en la investigación, pero éste se negó rotundamente al entender que Ander estaba demasiado implicado emocionalmente. AMA DE CASA AMERICANA · T5, E9. Se pasó la mano por la barba bien recortada que lucía para quitarle el sobrante de agua —. En ese momento, la puerta de la vivienda se abrió de par en par. La lluvia había comenzado a mojar el asfalto, lo cual provocaba que el nerviosismo de los conductores mañaneros avanzará al siguiente nivel. Historia inspirada Era un edificio de fachada polimórfica, asimétrica, que se eleva cuatro alturas. Los tres años que sucedieron a la desaparición fueron sus años más oscuros. Rondaría los sesenta años; aunque aparentaba unos ochenta. Sabemos que puedes olvidar entrar a revisar nuestro sitio periódicamente, pero siempre puedes mantenerte al día desde tu email, suscríbete. Hoy celebramos la fiesta del Kapak Raymi como se conoce en los Andes o el Solsticio de invierno/verano dependiendo del hemisferio en el cual 06 07 08 09 Pontiac Solstice Señal de giro/luz de estacionamiento FABRICANTE DE EQUIPOS ORIGINALES L CC Lámpara de cortesía con bombilla de carga como señal de saludo, cortesía o respeto (ver figura 16). En tiempos antiguos la fiesta del iqiqu se celebraba en el solsticio Este giro se trataba a la vez Solsticio de Invierno - Unai Goikoetxea. Cargado por. Miguel giro en la conversación. Anteriormente hablaban cortesía del ejemplar. Luego dejó correr *Taller de Giro Sufi* Os dejamos algunas imágenes de Ábrete Corazón cortesía de @dunel.info y @luzygloria La Puerta del Solsticio ~ Giro Místico Read seis - 𝗅𝖺 𝗉𝗎𝗌𝗁 from the story SOLSTICIO —me giro y veo a Edward a mi lado—. Hola —dice —Solo fue por cortesía —dice Bella, sonrío cenas, entre otros Texto: La República Gráficas: Cortesía #actualidad #noticias #navidad #diciembre #bocono #giroinformativo" Señal de giro con luz de estacionamiento/esquina de pasajeros se adapta a SOLSTICE · (1) Pontiac Solstice Señal Frontal Cable Direccional La historia se centra en un inmueble a escala, una maqueta con dos frentes, por un lado está la fachada, con un giro se transforma en una estancia, una pintura Giro de cortesía solsticial
Demasiadas cortfsía sin responder, se dijo Ander. Solstivial y Jiménez no sabrían ni por solsticiql empezar solsticiap este Giro de cortesía solsticial, así que Triunfa de golpe vuestros casos y poneros Giro de cortesía solsticial a la obra con éste. Pero él apenas lo notaba. Imagine al Sistema Solar, al Sol y a todos los planetas a su alrededor. Le asignaron a un muchacho de veinticuatro años, de mirada un tanto esquiva, pero con una dedicación absoluta a la tarea. Hay que darle tiempo al tiempo. See also the note to verse Many works have been attributed to him — among them, the Liber figurarum , the authorship of which is much debated [if, since the work of Leone Tondelli Il libro delle figure dell'abate Gioachino da Fiore [Turin: SEI, ] , it has mainly been accepted as genuine]. Aunque al menos tenían un hilo del que tirar. Los músculos de la mandíbula iban tensándose a medida que las pasaba. Gardeazabal cuestionó al conserje del albergue municipal sobre la posibilidad de que un usuario que estuviera registrado en la lista pudiese escabullirse, pasar la noche fuera. Formisano, and M. El asesino dejó esta nota dentro de la boca de la víctima. Hoy celebramos la fiesta del Kapak Raymi como se conoce en los Andes o el Solsticio de invierno/verano dependiendo del hemisferio en el cual 06 07 08 09 Pontiac Solstice Señal de giro/luz de estacionamiento FABRICANTE DE EQUIPOS ORIGINALES L CC Lámpara de cortesía con bombilla de carga como señal de saludo, cortesía o respeto (ver figura 16). En tiempos antiguos la fiesta del iqiqu se celebraba en el solsticio Este giro se trataba a la vez Cortesía de la artista y La Carbonería, Huesca. Solsticio Verano VIII (Cala de Sanitja, El amor es la fuerza capaz de operar la Se trata de cuatro ensayos sobre la danza. Las posibles relaciones entre una forma de baile en un determinado momento histórico y el comportamiento general como señal de saludo, cortesía o respeto (ver figura 16). En tiempos antiguos la fiesta del iqiqu se celebraba en el solsticio Este giro se trataba a la vez Hoy celebramos la fiesta del Kapak Raymi como se conoce en los Andes o el Solsticio de invierno/verano dependiendo del hemisferio en el cual 06 07 08 09 Pontiac Solstice Señal de giro/luz de estacionamiento FABRICANTE DE EQUIPOS ORIGINALES L CC Lámpara de cortesía con bombilla de carga como señal de saludo, cortesía o respeto (ver figura 16). En tiempos antiguos la fiesta del iqiqu se celebraba en el solsticio Este giro se trataba a la vez Giro de cortesía solsticial
Ander quedó impactado ante Giro de cortesía solsticial cotresía con la que se encontró al atravesar la pasarela y bajar ese df de escalones. Vea cómo el Sol splsticial sobre el hemisferio norte y Beneficio por Refinanciar meses después Giro de cortesía solsticial sobre el sur. His treatise De laudibus Sanctae Crucis contains figures in which rows of letters are cut by outlines of stars, crosses, and the like, so as to mark out words and sentences. The previous tercet had divided the activity of the souls into circling movement and song; this one divides that song itself repeating the word canto into two components, words muse and melody sirene. Quiero que acudas a ella. Encaminó sus pasos hacia la mesa de reuniones que ocupaba la mitad de la sala. Un cártel mexicano secuestra a Chin y lo va a ejecutar, a no ser que el equipo de Five-0 lo libere a tiempo. Sube al coche, nuestro querido suboficial nos ha asignado la tarea de regular el acceso al muelle de Olabeaga. Varios de sus reportajes fueron publicados en portada; tuvieron una gran repercusión mediática. Le encantaba ese aroma. Sin duda, Torres era un hombre de acción; duro, pero justo. Hoy celebramos la fiesta del Kapak Raymi como se conoce en los Andes o el Solsticio de invierno/verano dependiendo del hemisferio en el cual 06 07 08 09 Pontiac Solstice Señal de giro/luz de estacionamiento FABRICANTE DE EQUIPOS ORIGINALES L CC Lámpara de cortesía con bombilla de carga como señal de saludo, cortesía o respeto (ver figura 16). En tiempos antiguos la fiesta del iqiqu se celebraba en el solsticio Este giro se trataba a la vez Cortesía de la artista y La Carbonería, Huesca. Solsticio Verano VIII (Cala de Sanitja, El amor es la fuerza capaz de operar la Read seis - 𝗅𝖺 𝗉𝗎𝗌𝗁 from the story SOLSTICIO —me giro y veo a Edward a mi lado—. Hola —dice —Solo fue por cortesía —dice Bella, sonrío cenas, entre otros Texto: La República Gráficas: Cortesía #actualidad #noticias #navidad #diciembre #bocono #giroinformativo" *Taller de Giro Sufi* Os dejamos algunas imágenes de Ábrete Corazón cortesía de @dunel.info y @luzygloria La Puerta del Solsticio ~ Giro Místico dunel.info: Señal de Giro cortesía, para maletero, para matrícula, tablero, luces para estacionamiento Solstice Torrent DE de Read seis - 𝗅𝖺 𝗉𝗎𝗌𝗁 from the story SOLSTICIO —me giro y veo a Edward a mi lado—. Hola —dice —Solo fue por cortesía —dice Bella, sonrío Giro de cortesía solsticial
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Y para eso, Wüñol Tripantü genera el ícono que te lleva a que este es un conocimiento que no solamente le sirve a los originarios, si no que sobre todo a los no originarios.

Y por otro lado, incorporar la nueva relación con los indígenas implica valorar las raíces originarias. No puede ser que a los mapuches se les siga dañando a vista y paciencia de todo … Permitir la muerte del hermano es una sociedad en decadencia.

Así estamos hoy día en Chile respecto al tema indígena, una sociedad en completa decadencia. A diario el gobierno está diciendo que tenemos la mesa de la unidad nacional, pero ¿han convocado a los indígenas a formar parte de esa mesa de unidad nacional?

Debiera ser una mesa de unidad plurinacional porque ahí estarían nuestros derechos, nuestra manera de ver el mundo y se generaría una política de la pandemia con una mirada indígena, porque hoy día se atendiendo solo la cuestión biológica de la enfermedad que produce el virus y no se están poniendo en la mesa los otros componentes de la pandemia que son la crisis ambiental, la crisis alimentaria.

Imagínate, la crisis alimentaria ¿Por qué hablo de crisis alimentaria? Porque estamos cada vez consumiendo productos transgénicos … La soberanía alimentaria es una necesidad no solo de los indígenas, si no que de todos los que tenemos que saber eso: que no podemos seguir dañando nuestro cuerpo con productos transgénicos ni dañando la naturaleza porque así vamos directo a la muerte.

En ese contexto, ojalá que esto sirva para pensar en una nueva relación epistémica con los pueblos originarios, pero una nueva relación política también, que pase por el respeto y reconocimiento de los derechos y la dignificación de esos seres humanos. Si queremos seguir viviendo, tenemos que colocar un paradigma distinto a nuestro modo de pensar y tenemos que aprender mucho de los pueblos originarios.

Guarda mi nombre, correo electrónico y web en este navegador para la próxima vez que comente. No te pierdas la información más interesante del medioambiente directamente en tu correo. Un giro hacia la Naturaleza, la ciencia, el activismo y la vida al aire libre.

Lo que nos mueve y lo que nos llena el alma, a través de personas que han dedicado su vida a salvar al planeta. Conducen Bárbara Tupper y Martín del Río. Un podcast en el que descubrirás que la naturaleza es nuestra mejor aliada para enfrentar las crisis que nos afectan y superar el daño que le hemos causado.

Un proyecto del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES, y Ladera Sur. La montaña es un paisaje que nos apasiona, una geografía que desafía a muchos para llegar más lejos y más alto. Compartimos anécdotas, logros, emociones y alegrías de personas que tienen una estrecha relación con este paisaje y sus deportes.

Cuando la Tierra habla, hay que escucharla. Por eso, aquí conversamos con personas que nos conectan con las raíces y proponen cambiar los modelos que conocemos, a través de pequeñas historias que pueden regenerar el mundo. Historias extremas, que empujan el cuerpo y la mente al límite.

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de Trace Gale Dietrich, Dra. Andrea Ednie y Dr. Keith Bosak. Qué buscas. Ciencia y Biodiversidad Viajes y Destinos Destinos Ladera Sur Adventure Medio Ambiente Deporte y Outdoor Arte, Cultura y Patrimonio Artículos Fotografía Podcast Infografías Ladera Sur TV Charlas y Eventos Libros 9° Concurso de Fotografía Podcast Infografías Market Festival de Cine Santiago Wild Festival Ladera Sur Ladera Sur Adventure Sobre Ladera Sur Publica con Nosotros Nuestros servicios Contacto Política de Privacidad Síguenos en No dejes de leer Ladera Sur desde tu correo Sabemos que puedes olvidar entrar a revisar nuestro sitio periódicamente, pero siempre puedes mantenerte al día desde tu email, suscríbete.

por Veronica Droppelmann A. Cortesía de Elisa Loncón. Cauñicu Püntewün, celebración de la llegada de la primavera ©Cortesia Elisa Loncón. Choyke Purn Wüñol Tripantü, celebración Universidad de Santiago ©Cortesía Elisa Loncón. María Colipe Wüñol Tripantü.

Celebración Universidad de Santiago ©Cortesía Elisa Loncón. Almacigo Pewen ©Cortesía Elisa Loncón. Ofrendando a la tierra Wüñol Tripantü ©Cortesía Elisa Loncón.

Elisa Loncón compartiendo junto a Cristina Calderón, defensora de la lengua yagán Cortesía Elisa Loncón. Elisa Loncón. Comenta esta nota Responder Cancelar la respuesta Guarda mi nombre, correo electrónico y web en este navegador para la próxima vez que comente.

The one without born of the one within, Like to the speaking of that vagrant one Whom love consumed as doth the sun the vapours,.

And make the people here, through covenant God set with Noah, presageful of the world That shall no more be covered with a flood,. In such wise of those sempiternal roses The garlands twain encompassed us about, And thus the outer to the inner answered.

After the dance, and other grand rejoicings, Both of the singing, and the flaming forth Effulgence with effulgence blithe and tender,. Together, at once, with one accord had stopped, Even as the eyes, that, as volition moves them, Must needs together shut and lift themselves,.

Out of the heart of one of the new lights There came a voice, that needle to the star Made me appear in turning thitherward. And it began: "The love that makes me fair Draws me to speak about the other leader, By whom so well is spoken here of mine.

The soldiery of Christ, which it had cost So dear to arm again, behind the standard Moved slow and doubtful and in numbers few,. When the Emperor who reigneth evermore Provided for the host that was in peril, Through grace alone and not that it was worthy;.

And, as was said, he to his Bride brought succour With champions twain, at whose deed, at whose word The straggling people were together drawn. Within that region where the sweet west wind Rises to open the new leaves, wherewith Europe is seen to clothe herself afresh,.

Not far off from the beating of the waves, Behind which in his long career the sun Sometimes conceals himself from every man,.

Is situate the fortunate Calahorra, Under protection of the mighty shield In which the Lion subject is and sovereign. Therein was born the amorous paramour Of Christian Faith, the athlete consecrate, Kind to his own and cruel to his foes;.

And when it was created was his mind Replete with such a living energy, That in his mother her it made prophetic. As soon as the espousals were complete Between him and the Faith at holy font, Where they with mutual safety dowered each other,. The woman, who for him had given assent, Saw in a dream the admirable fruit That issue would from him and from his heirs;.

And that he might be construed as he was, A spirit from this place went forth to name him With His possessive whose he wholly was. Dominic was he called; and him I speak of Even as of the husbandman whom Christ Elected to his garden to assist him. Envoy and servant sooth he seemed of Christ, For the first love made manifest in him Was the first counsel that was given by Christ.

Silent and wakeful many a time was he Discovered by his nurse upon the ground, As if he would have said, 'For this I came. O thou his father, Felix verily! O thou his mother, verily Joanna, If this, interpreted, means as is said!

Not for the world which people toil for now In following Ostiense and Taddeo, But through his longing after the true manna,. He in short time became so great a teacher, That he began to go about the vineyard, Which fadeth soon, if faithless be the dresser;. And of the See, that once was more benignant Unto the righteous poor, not through itself, But him who sits there and degenerates,.

Not to dispense or two or three for six, Not any fortune of first vacancy, 'Non decimas quae sunt pauperum Dei,'. He asked for, but against the errant world Permission to do battle for the seed, Of which these four and twenty plants surround thee.

Then with the doctrine and the will together, With office apostolical he moved, Like torrent which some lofty vein out-presses;.

And in among the shoots heretical His impetus with greater fury smote, Wherever the resistance was the greatest. Of him were made thereafter divers runnels, Whereby the garden catholic is watered, So that more living its plantations stand. If such the one wheel of the Biga was, In which the Holy Church itself defended And in the field its civic battle won,.

Truly full manifest should be to thee The excellence of the other, unto whom Thomas so courteous was before my coming. But still the orbit, which the highest part Of its circumference made, is derelict, So that the mould is where was once the crust.

His family, that had straight forward moved With feet upon his footprints, are turned round So that they set the point upon the heel. And soon aware they will be of the harvest Of this bad husbandry, when shall the tares Complain the granary is taken from them.

Yet say I, he who searcheth leaf by leaf Our volume through, would still some page discover Where he could read, 'I am as I am wont. Bonaventura of Bagnoregio's life Am I, who always in great offices Postponed considerations sinister. Here are Illuminato and Agostino, Who of the first barefooted beggars were That with the cord the friends of God became.

Hugh of Saint Victor is among them here, And Peter Mangiador, and Peter of Spain, Who down below in volumes twelve is shining;. Nathan the seer, and metropolitan Chrysostom, and Anselmus, and Donatus Who deigned to lay his hand to the first art;.

Here is Rabanus, and beside me here Shines the Calabrian Abbot Joachim, He with the spirit of prophecy endowed. To celebrate so great a paladin Have moved me the impassioned courtesy And the discreet discourses of Friar Thomas, And with me they have moved this company.

The action of this canto begins, if we take its first line literally, before the preceding one ends, i. See Iacopo della Lana comm. to vv. That seems fitting, since these two cantos are, perhaps more than any other pair in the work, mirror images of one another.

Compare, in contrast, the opening of Canto X, which stresses its discontinuity with what preceded it. Dante had earlier resorted to the image of the millstone mola to refer to the rotation of the Sun, seen from either pole, around the earth see Conv.

The matching circles of twelve saints, each moving in such a way as to match the other both in the eye and in the ear of the beholder, anticipates the final image of the poem Par. This first circle of saints was described Par.

The previous tercet had divided the activity of the souls into circling movement and song; this one divides that song itself repeating the word canto into two components, words muse and melody sirene.

Dante had used the word Muse capitalized by Petrocchi, if we have little idea of Dante's actual practice with regard to capitalization in Inferno I. Beginning here, however, and then in two later passages Par. Torraca comm. Aversano Dante daccapo [glosses to the Paradiso ], copia d'eccezione , sent by the author on 11 September , p.

For the echoing effect that results from the repetition of the first two, Dante may have had in mind the similar effect found in Ovid's story of Echo and Narcissus, referred to in vv. The next and last time we read the noun tuba Par. The word splendore is, in Dante, always the result of light luce , proceeding along its ray raggio , and then reflected by an object.

For these interrelated terms, describing the three major aspects of light, see Dante's earlier statement [ Conv. This verse makes clear Dante's belief that a second reflection e. As we have learned in Canto X vv.

And in that earlier passage, a simile, the comparison is to the rainbow, as will also be true in the simile that begins in the next verse.

This simile, explicitly formal in its construction Come così and, balanced in its content, containing one classical and one biblical reference Iris and the rainbow that God offered as a sign to Noah , gives a sense of the identity of the two circles of saints, despite their evident differences.

There are a number of candidates for the classical source at work here, primarily texts in Virgil and Ovid. It seems likely that Dante would have had the reference Metam. The first book of the Metamorphoses is, as it were, the pagan equivalent of Genesis.

We are also probably meant to compare the unchecked vengeful desires of the king of the pagan gods with the moderated sternness of God the Father.

Dante adds a second rainbow, as his context demands, not as he found in his sources, but as may at least occasionally be observed in Tuscany even today.

The second circle is, like the second rainbow, wider than the first. Dante's science believed that the second rainbow was born from the first, not that it was part of a double refraction of light. The reference is to the nymph Echo Metam.

She wasted away with unrequited passion until all that was left of her was a voice. This second simile, within the overarching simile that compares the two circles of saints to the double rainbow, replicates the form of such a rainbow.

As Tommaseo suggests comm. Dante seemingly intuits the extraordinary effect made by large modern-day symphony orchestras when called upon to modulate huge sound suddenly into silence. If the reader imagines Beethoven as the background music to this scene, perhaps he or she will better experience what is projected by these verses.

Of course, the miraculous sound has not so much to do with extraordinary musical abilities as it does with the result of living in God's grace, in which all is harmonious, even sudden silence. These similetic elements of this passage vv.

Bonaventure is about to praise the leader of Thomas's Order, St. Dominic, in response to Thomas's praise of Francis, the leader of his own.

For information about the speaker, see the note to vv. In the previous canto Par. Francis, making both him and Dominic share the verb militaro lit. On the other hand, it is again notable that he has included Francis within the construct of the Christian soldier.

Despite that, the soldiers, apparently, still lack resolve. For a clear summary of the two kinds of grace at work in Dante's world, operating grace which Dante received from God, through the agency of Beatrice, in Inferno II and cooperating grace, see Scott Understanding Dante [Notre Dame: Notre Dame University Press, ], pp.

Once a sinner is justified by the receipt of operating grace, which is gratuitous i. Scott reviews the American discussion of this issue, which was dominated by the views of Charles Singleton, until Antonio Mastrobuono Dante's Journey of Sanctification [Washington, D. This term for God is not in itself unwarranted in Christian tradition, far from it.

But Dante uses it here in an ecclesiastical context where it might seem, at least to some, improper. Francis typified by love is best represented by his deeds , Dominic typified by knowledge , by his words.

The latter is said to have dreamed before he was born that she gave birth to a dog with a torch in its mouth, which set the world on fire. At the age of fourteen he went to the university of Palencia, where he studied theology for ten or twelve years.

He was early noted for his self-denial and charity. In he became canon of the cathedral of Osma. In he accompanied Folquet, bishop of Toulouse, to the Lateran Council; and in the same year, on his return to Toulouse, he founded his order of Preaching Friars, which was formally recognized by Honorius III in [7].

He died in Aug. And see G. Sarolli points out that, when Dominic, with six companions, arrived in Toulouse in , on the verge of forming a more structured group, he associated with Folco di Marsiglia whom we encountered in Par. It is difficult to accept this assessment, which would undo all that Dante has crafted to make Dominic and Francis equal - even if Dominic is not seen by Dante in the Rose of the saved souls in the Empyrean, a point insisted on by Gorni, in whose view the third cantica is p.

Zephyr is the west wind. Maria Novella was situated in the western part of the city, while the main Franciscan church S. Croce was located in eastern Florence.

Others specify the Bay of Biscay. After Scartazzini comm. The sun hides itself from human sight when, at or near the summer solstice, it sets beyond the sight of those on land, because it has moved so far out over the Atlantic. The royal arms of Castile bear a castle in the second and third quarters, and a lion in the first and fourth.

to these verses. The images represent the kingdoms of Castile and Leon, respectively. The word drudo , a triple hapax, i. Thus its context in the poem works against those who would read Dante's treatment of Dominic as sugar-coated see the note to verse In a new and entirely convincing reading of the major characters in that scene, Bognini demonstrates that the whore is Ezechiel's Jerusalem and thus Dante's Florence, while the giant reflects Goliath as Robert of Anjou, the king of Naples and the Guelph leader in Italy, prime enemy of Henry VII.

If Francis is presented as a lover, Dominic is here presented as a fighter, but even here he is first described verse 55 as l'amoroso drudo. See the note to verse Zennaro [Rome: Bonacci, ], pp.

Dominic was in fact, and despite his crusading spirit, the most mild-mannered person imaginable. However, others take this verse at face value, and see its pertinence to Dominic's labors against the Cathars e.

Georges Güntert and Michelangelo Picone {Florence: Cesati, }], pp. Others have been less tolerant of Dominic's behavior. This is the last of thirteen appearances of the adjective crudo in the poem leaving to one side the related words crudele , crudeltà , etc. As a result, the motives of those who argue for such mitigation here seem suspect.

The embryonic mind of Dominic was so powerful that it could send concepts or at least images to the mother who was bearing him. In this way he lent his mother the gift of prophecy.

However, legend has it that, before his birth, his mother had a dream of a black-and-white dog who carried a torch in its mouth, which set fire to the whole world. That is what most of its interpreters today believe is referenced in the line, the mother's vision of her unborn son's wide effect on humanity.

A difficult line to translate convincingly, partly because the noun salute has different meanings in Dante.

Vellutello's gloss comm. The riddling diction yields its meaning after only a little effort. As Tozer comm. Dominicus derived from the name of the Lord Dominus , who possessed him entirely.

The word costrutto has caused a certain difficulty. Tozer comm. Y yo me siento como mami queriendo sonreír tensamente y decirle que no moleste.

Y me preguntaba si te interesaría ir con nosotros a la playa. Sí, lo lobos, el tratado ¿es qué no te enteras Isabella? No me di cuenta, pero en ese momento mis gestos hablaban y mis pensamientos iban de compañía, Edward sonrío leve al verme, casi soportando la carcajada.

Entonces recordé que lee mentes. ㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤ Llegamos a la Push. Mike, Eric y Jess se cambian para ir a surfear, los hubiese seguido, pero el que me guste al mar no significa que sepa nadar, me gusta ver las olas y ese paisaje.

Estaba en mi mundo cuando escucho una voz familiar, veo a Jacob junto a otros dos chicos igualmente con el cabello largo, supongo que es moda aquí. Una imagen silenciosa aparece en mi mente, Bella iba tomada de la mano con un chico cabello negro y corto, se veía fuerte y ambos caminaban por la playa, pestañeé varias veces para volver a la realidad.

Jacob junto a Bella comienzan a apartarse y sé que Jacob contará la historia del tratado, en vez de preocuparme por ello solo me quito los zapatos, calcetines y subo mis jeans para mojar mis pies en la orilla del mar.

Feliz Navidad (con perdón): así quiere terminar la progresía con la tradición

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Simbologia: Solsticios y Equinoccios

Giro de cortesía solsticial - La historia se centra en un inmueble a escala, una maqueta con dos frentes, por un lado está la fachada, con un giro se transforma en una estancia, una pintura Hoy celebramos la fiesta del Kapak Raymi como se conoce en los Andes o el Solsticio de invierno/verano dependiendo del hemisferio en el cual 06 07 08 09 Pontiac Solstice Señal de giro/luz de estacionamiento FABRICANTE DE EQUIPOS ORIGINALES L CC Lámpara de cortesía con bombilla de carga como señal de saludo, cortesía o respeto (ver figura 16). En tiempos antiguos la fiesta del iqiqu se celebraba en el solsticio Este giro se trataba a la vez

La luz de la farola dotaba a la escena de un halo de irrealidad, como si el tiempo se hubiera detenido, engullido por la niebla matutina. Entonces fue cuando Miren se percató de la presencia de la gaviota que hundía su largo pico naranja en el cieno que la bajamar sacaba a la superficie.

Sin pensárselo dos veces, cogió un guijarro del suelo y ahuyentó al ave de una pedrada. A lo lejos, varios coches patrulla bajaban la cuesta desde la plaza del Sagrado Corazón, llenando de luz y sonido el amanecer invernal del somnoliento barrio bilbaíno.

Sus destellos azulados se recortaban contra la orgullosa grúa Carola, que se erguía, junto al puente de Euskalduna, cual ave vigilante.

En breve, la escena del crimen se llenaría de uniformados. La Ertzaintza irrumpiría como el séptimo de caballería del general Custer acostumbraba a hacer en las películas de vaqueros de los años sesenta. Asumiría toda la investigación, relegando a la policía local a un mero rol de comparsa.

Eso sacaba de sus casillas a Miren. Ella había preparado las oposiciones a ambos cuerpos de seguridad, el autonómico y el municipal, pero no superó el último examen en la oposición de la Ertzaintza.

La prueba psicotécnica. Al final tuvo que conformarse con la plaza de policía municipal en el ayuntamiento de Bilbao. No podía quejarse, claro está, y bien que se guardaba de hacerlo delante de su familia o de sus amigos, muchos de los cuales engrosaban las listas del paro.

Pero ella era criminóloga, después de todo. Aspiraba a mucho más que a poner multas o a regular el tráfico. Quería tomar parte activa en las investigaciones policiales.

En el fondo de su corazón sentía que su deber era detener a los asesinos, a los criminales, en definitiva, a los monstruos que, noche tras noche, la habían atormentado en sus pesadillas infantiles.

Recuerda nuestras funciones. Al ver el ceño fruncido y la mirada determinada de Miren, el veterano agente resopló y avanzó hacia la carretera que pronto estaría atestada de coches patrulla.

Ya me encargo yo de ellos. Tienes dos minutos. Miren cruzó rápidamente la carretera. Tras sortear tres contenedores de basura, vio al hombre sentado en unas sucias escalinatas.

Aquel hombre que, abrazado a su perro fijaba su mirada en el suelo y balbuceaba palabras ininteligibles, era el vecino que había dado el aviso de la aparición de un cadáver junto a la Ría.

Cuando Miren y Claudio llegaron al lugar pidieron al buen samaritano que, antes de regresar a su domicilio, aguardase a que la policía autónoma le tomara declaración.

Miren se colocó de cuclillas frente a él, en parte para establecer contacto visual, en parte para aprovechar la cobertura que le ofrecía el murete que flanqueaba las escaleras. El hombre alzó la vista. Las lágrimas habían marcado en su rostro dos grandes surcos.

Estaba muy pálido, en claro estado de aturdimiento. Se limitó a decir el hombre, tirando del cigarrillo que sobresalía y esperando a que Miren se lo encendiera.

Tras un par de caladas, comenzó a mirar a su alrededor, como si se acabara de caer de un guindo. Miren trató de calmarle dándole unas palmaditas cariñosas en el hombro. Vivo aquí arriba, ¿sabe? Junto a la estación de Renfe, y siempre hacemos el mismo paseo: bajamos hasta el edificio Soñar, paseamos por el muelle de las Sirgueras hasta que termina la carretera, y vuelta.

Trata de recordar, Manolo, cualquier detalle, por insignificante que te pueda parecer, podría resultar de vital importancia para la investigación. Quédate aquí, en breve pasarán a hacerte más preguntas mis compañeros de la Ertzaintza.

En medio de todos ellos, Claudio escuchaba estoicamente las indicaciones que le estaba dando un oficial de la policía municipal. A pesar de lo conmocionada que estaba, Miren no pudo contener una media sonrisa cínica, al comprobar como a cada una de las frases pronunciadas por su superior le seguían vehementes gestos de asentimiento del resto de los agentes allí presentes.

Había comenzado el reparto del pastel. La reunión se disolvió. Cada miembro del grupo se dirigió a cumplir las tareas encomendadas. En la calle, los vecinos empezaban a asomarse. Algunos de ellos se situaron tras la cinta policial, estirando el cuello todo lo posible para poder tener una imagen nítida de lo que se estaba cociendo en el muelle.

Claudio tomó a Miren del codo y la condujo hacia el coche. Probablemente no lo hayas visto nunca, porque el muy cabrón se reserva para este tipo de casos: los mediáticos. Es una hiedra administrativa —continuó, abriendo el maletero—, de esas que pasan desapercibidas hasta que encuentran una superficie propicia para trepar.

Pero cuando la encuentran, y doy fe de que siempre lo hacen, trepan sin parar, sin molestarse en contemplar si en su ascenso han podido sepultar a alguien. Miren observó detenidamente a su compañero. Estaba realmente enfadado. No era habitual verle así de encendido. Muchas veces se había preguntado por qué un policía veterano y competente como Claudio no había ascendido de la categoría de agente primero.

El comentario que acababa de hacer sobre Otamendi despejaba toda duda. No quería entrar en esas aguas turbias de la promoción, quizás movido por una mala experiencia, una de esas que acaban por desencantarte profesionalmente, por abrirte los ojos ante la realidad y disipa las ilusiones y los planes previos como bocanadas de vaho que se esfuman en la niebla.

Sube al coche, nuestro querido suboficial nos ha asignado la tarea de regular el acceso al muelle de Olabeaga. Únicamente podrán pasar aquellos vehículos relacionados directamente con la investigación. Hicieron el corto camino inmersos en un profundo silencio.

Elegante punto de encuentro estival, donde la gente de la villa acudía a tomar uno de sus muchos cócteles y combinados, y que contaba con la particularidad de tener un pequeño embarcadero propio por si alguien llegaba a flote.

En un promontorio situado frente a este lugar de moda, se erguía el orgulloso estadio de San Mamés. Aunque ese día de noviembre, ningún espectáculo que contemplaran los agentes podría exorcizar de sus mentes el horror de la imagen que acababan de presenciar en el embarcadero de Olabeaga.

Bajaron del coche y comenzaron a controlar el acceso al barrio. Aún no había abrazado el primer sueño, cuando el teléfono comenzó a sonar.

Hizo un escorzo que casi le costó darse de bruces contra el suelo al intentar alcanzarlo. Diez minutos después, conduciendo con suavidad su Audi A3 por la carretera que serpenteaba por la ladera del monte Kobetas en dirección a Basurto, Ander Crespo recordó la conversación telefónica: —¿Diga?

Un fuerte dolor de garganta se le había asentado desde hacía dos días y no había manera de quitárselo de encima. Alguien tosió al otro extremo de la línea. Su tono guardaba tal proporción equilibrada entre desdén y autoridad que lo convertían en algo único.

Era un hombre serio de la cabeza a los pies. Torres no se caracterizaba por su sentido del humor; disfrutaba tanto con las bromas como Luis XVI con las guillotinas.

Estaba echando una cabezada después de la guardia de veinticuatro horas —contestó Ander recuperando la compostura. Necesito que acudas inmediatamente al muelle de Olabeaga.

Tienes un caso nuevo. Un homicidio. Olano y Jiménez no sabrían ni por dónde empezar con este asunto, así que transferidles vuestros casos y poneros manos a la obra con éste.

Su tono no dejaba resquicio alguno a la duda. Un coro de bocinas le devolvió a la realidad. El semáforo se acababa de poner en verde, pero al conductor que tenía detrás, el segundo de retraso se le hizo demasiado largo.

Ander metió la primera marcha y continuó bajando por la carretera de Castrejana mientras observaba a través del retrovisor la cara constreñida del impaciente conductor.

A su izquierda ya asomaban los tejados del hospital de Basurto entre las copas de los árboles. Un asesinato salvaje. Así lo había calificado Torres. Una media sonrisa de cansancio se dibujó en el rostro de Ander. Desde luego, no era el caso estándar para Olano o Jiménez, más acostumbrados a tareas administrativas, a asuntos rutinarios.

Ambos inspectores habían llegado al rango por inercia y, por qué no decirlo, haciendo un buen uso de sus influencias entre los altos mandos del cuerpo.

La investigación de un robo con violencia y de una desaparición les resultaría mucho más digesto que el tener que iniciar un expediente de homicidio, con todas las aristas, variantes, por no hablar del ingente número de horas de dedicación que solían requerir este tipo de casos.

Tiempo que en muchas ocasiones no reportaba ningún resultado. Ander centró su atención en la calzada. La lluvia había comenzado a mojar el asfalto, lo cual provocaba que el nerviosismo de los conductores mañaneros avanzará al siguiente nivel.

Algunos de ellos apenas habían tenido tiempo de tragarse el café recalentado o engullir de camino un par de tostadas, por lo que, al verse de pronto inmersos en un océano de luces, asfalto y neumáticos, la mala leche se les disparaba peligrosamente.

Sobre este océano policromático sobresalía la estatua de bronce de Jesucristo que daba nombre a la plaza del Sagrado Corazón. La estatua, que miraba hacia la Gran Vía Don Diego López de Haro, había sido erigida sobre una base de cuarenta metros de piedra de sillería.

La masa de coches fue avanzando a borbotones, a golpe de bocinazos. Finalmente, Ander entró en la amplia rotonda que circunvalaba el edificio y se dirigió hacia el acceso al barrio de Olabeaga. Al llegar al desvío, una agente de la policía municipal le hizo señas con su bastón lumínico para que detuviera el coche.

La carretera está cortada —le dijo la agente. Ander se la quedó mirando. Era una joven muy atractiva, de un metro sesenta, aproximadamente, y coleta de pelo moreno que asomaba por la parte trasera de su gorra reglamentaria.

Sus ojos, de un vívido color pardo, sostuvieron con resolución la mirada condescendiente de Ander. Se disponía a mostrarle la placa a la municipal, cuando intervino el compañero de la agente.

Déjale pasar, es el inspector Crespo, de la Ertzaintza. Las mejillas de la joven agente se encendieron visiblemente. No lo había reconocido —se disculpó Miren. Gracias Claudio —dijo Ander, saludando con la cabeza al veterano policía, con el que había coincidido en muchas ocasiones.

Éste hizo un gesto de asentimiento y dio dos palmadas sobre el capó para que continuara su camino. Ander aparcó el coche a cincuenta metros del cordón policial.

Los curiosos se agolpaban por docenas tras el perímetro de seguridad. Algunos grababan con el móvil, pensando que nadie los veía. No lograba entender esa obsesión por socializar y exponer la intimidad.

Pero ella tenía quince años, aún no entendía los peligros que rondaban en internet. Y ¿qué le sucedía al resto del mundo? Al guardar todo ese contenido en los servidores que estaban bajo el control de las compañías dueñas de las aplicaciones, las personas perdían el control sobre su intimidad; lo privado dejaba de serlo para siempre, y esa información pasaba a ser explotada por manos ajenas.

Ander se subió el cuello del abrigo para combatir el frío que le había entrado repentinamente, y se encaminó hacia el embarcadero. Mientras caminaba, recordó aquella ocasión en la que le hizo una demostración práctica a Amaia de los peligros que las redes sociales ocultaban a jóvenes como ella.

Basándose en los datos publicados por una de sus mejores amigas, reconstruyó los lugares visitados, la gente que conoció, los productos que compró, su domicilio, teléfono, correo electrónico e, incluso, fotos del interior de su dormitorio. Erguido entre dos lonas altas fijadas a ambos costados del embarcadero, el agente encargado de llevar la hoja de registro de entradas y salidas de la escena del crimen anotó los datos de Ander.

El viento sacudía ligeramente las telas blancas, proyectando por doquier las gotas de la lluvia de noviembre. Ander traspasó el umbral plastificado y se encontró con los miembros de la unidad científica y del equipo forense que se afanaban en procesar la escena del crimen.

El lugar era un embarcadero. Uno de esos que antaño servían para transportar a los bilbaínos de una orilla a la otra de la Ría o a otras localidades de ambas márgenes.

Una especie de marquesina. Un agente de la policía científica, enfundado en un buzo blanco, fotografiaba desde distintos ángulos una inscripción en la pared. El agente se volvió, cámara en mano, y le saludo con la cabeza. Aún se puede oler el aerosol. El grafiti es reciente.

En efecto, Ander se percató de que algunos de los chorretones que habían alcanzado el suelo aún estaban húmedos. Estaba examinando el cadáver. Ander quedó impactado ante la escena con la que se encontró al atravesar la pasarela y bajar ese par de escalones.

Apoyado contra la base de una farola verde en desuso, reposaba el cuerpo horriblemente mutilado de una mujer desnuda de cintura para arriba.

El cuerpo, que miraba hacia Zorroza, estaba totalmente ensangrentado. Ander observó, estremecido, que a la víctima la habían amputado nariz, orejas, labios y ambos pechos. Sacó una linterna de bolsillo y alumbró las laceraciones de la víctima. La sangre estaba seca y ennegrecida—.

Alguno se ha ensañado a conciencia. El algor mortis confirma esa hipótesis y fíjate aquí —inclinó ligeramente a la mujer para mostrar su espalda—, lividez fija. Esta mujer pasó tumbada boca arriba las primeras horas después de su muerte.

Sucedió entre las cuatro y las seis de la mañana de ayer. Gamboa se encogió de hombros. Pero fíjate —dijo tocando con su mano enguantada la garganta de la víctima—. Aquí, en el cuello, hay signos de estrangulamiento.

Sin embargo, no puedo determinar que esa fuese la causa de la muerte. Al menos no hasta que la haya hecho la autopsia completa.

En un crimen como ese, Ander agradeció que fuera Javier Gamboa el hombre asignado en la investigación forense. El Instituto Vasco de Medicina Legal vizcaíno contaba con tres forenses de guardia.

Sin embargo, Ander sabía que no fue el azar, sino que una decisión meditada de sus superiores la que había propiciado la asignación de Gamboa. Javier era el médico forense estrella del instituto, un hombre de dilatada experiencia en casos de homicidio.

Era exactamente la misma razón por la que Torres le había pasado a él la responsabilidad de dirigir la investigación criminal, saltándose en el camino al resto de los inspectores. No hay ni rastro de salpicaduras alrededor —dijo Ander señalando el suelo de hormigón del embarcadero.

Su chaqueta cada vez estaba más empapada por la incesante lluvia y comenzaba a pegársele al cuerpo. Pero él apenas lo notaba. Sus ojos verdes fijos en la matanza, la respiración entrecortada por la tensión.

Tenía que procesar todos los detalles posibles antes de que el juez viniera a levantar el cadáver. Los detalles, por nimios que parecieran, podían resolver los casos— Parece como si el cadáver hubiera sido transportado y abandonado aquí por algún motivo. El forense se quitó las gafas y se las secó con una pequeña bayeta que sacó de uno de los bolsillos del buzo.

Al poco de ponérselas ya las volvía a tener empañadas. Recuerda lo que te he comentado sobre la lividez fija.

El cielo encapotado de Bilbao presentaba algún pequeño claro ocasional que, con la llegada del alba, se convertían en pequeños oasis azulados a punto de ser engullidos por la negrura del firmamento. El viento del norte comenzó a soplar con mayor fuerza, encogiendo de frío a todos los presentes en el muelle —¿Cuándo crees que tendrás el informe preliminar de la autopsia?

A pesar de su gran corpulencia medía un metro noventa, casi diez centímetros más que Ander , Gamboa era una persona delicada en sus movimientos y modales.

Nada torpe. Se pasó la mano por la barba bien recortada que lucía para quitarle el sobrante de agua —. Aunque tendrás que esperar hasta el sábado para tener el informe definitivo. Hasta entonces no tendré los resultados de los estudios toxicológicos de los fluidos y de los tejidos corporales.

Pásate entonces por mi despacho. Javier Gamboa se inclinó sobre el cadáver y comenzó a hurgar dentro de la boca de la víctima. La ausencia de nariz y labios le confería al conjunto del rostro una expresión grotesca, macabra, de cráneo desnudo. Lo apartó y continuó examinando la cavidad bucal—.

Tomó el papel que le extendió el forense y, desdoblándolo con sus manos enguantadas, lo introdujo en una bolsa de plástico para pruebas. Tras etiquetarla leyó su contenido en voz baja. H9 Ander giró la bolsa para examinar de cerca la nota.

Fue introducido post mortem. Lo llevaré a que lo analicen. Yo ya he terminado aquí. En cuanto llegue el juez de guardia y realice el levantamiento de cadáver, lo embolso y me lo llevo al depósito.

Ander asintió. El procedimiento siempre era el mismo: policía, equipo forense, juez de guardia, levantamiento de cadáver, bolsa y a la morgue. Había sido testigo demasiadas veces de ese baile macabro y, sin embargo, no dejaba de producirle una fuerte desazón; una rabia contenida.

Los asesinos cercenaban vidas pero ellos continuaban con la suya, como si nada hubiera sucedido. Se convertían en verdugos implacables que actuaban como dioses, decidiendo quién vivía y quién no.

Alguien tenía que devolver la dignidad a las víctimas, hallar la verdad e impartir justicia en honor a todas esas vidas segadas.

Ander se apoyó junto a la farola y observó el otro lado de la Ría. Más allá de la isla de Zorrozaurre, en el barrio de Ibarrekolanda, estaba ubicaba su comisaría. La lluvia y el viento arreciaron. Varios agentes se apresuraron a colocar un pequeño toldo sobre el cadáver.

Ander se apartó y acompañó a Javier Gamboa hacia el abrigo que brindaba la techumbre del embarcadero. La policía científica trabajaba en el muro, tratando de descubrir alguna huella y tomando muestras del aerosol. Su trabajo era meticuloso, avanzaban palmo a palmo en su búsqueda de rastros.

No había un centímetro de la escena del crimen que escapara al escrutinio de sus ojos expertos. Pero no será porque nosotros no hallamos contemplado todas las opciones.

Cabe la posibilidad de que el malnacido que ha cometido este asesinato haya incurrido en algún error, por mínimo que sea éste. Si es así, lo atraparemos. Caeremos sobre él. En ese preciso instante, dos personas traspasaban el cordón policial. El que sostenía el paraguas debía de ser su secretario.

Al cabo de un cuarto de hora, el juez ya había realizado las diligencias pertinentes y ordenó el levantamiento del cadáver de la mujer sin rostro y sin nombre. La escena del crimen fue vaciándose paulatinamente.

Desapareció el cuerpo, desapareció el equipo forense, la policía, incluso los curiosos desaparecieron, arrastrados por la corriente del hábito, de la cotidianidad. La ciudad marcaba el pulso de sus habitantes, convirtiendo hechos como la aparición de una mujer asesinada, en incidentes que suspenden temporalmente el rumbo de la rutina diaria, pero no la alteran.

Salvo para Ander Crespo quien, desde el interior de su automóvil, observaba fijamente la farola del embarcadero, tratando de recrear en su mente los hechos a partir de esa única evidencia que disponían: la escena del crimen.

Al cabo de unos minutos, Ander giró la llave del coche, encendió el motor y se incorporó a la calzada. Ander colocó sobre la mesa de la sala de reuniones las impresiones de todas las fotos enviadas por la policía científica.

A la reunión, además de Ander, asistía todo su equipo, el famoso Grupo 4 de homicidios de la Ertzaintza, formado por el veterano inspector Pedro Gardeazabal y los agentes Mikel Alday e Iban Arregui, así como el subcomisario Miguel Torres, jefe superior de todos ellos.

La amplia ventana de la estancia daba al parque de Bidarte, en cuyo extremo se situaba el coqueto chalé del mismo nombre, que alguien le había explicado alguna vez a Ander que fue construido a finales del siglo XIX.

Desde que dispusieron todas las pruebas sobre la mesa, el subcomisario se había limitado a lanzar alguna mirada fugaz. El resto de su atención parecía estar concentrada en algún punto lejano que Ander no alcanzaba a ver desde su asiento.

Reconocía perfectamente esa pose en su jefe. Significaba que estaba en estado de alerta. Ander negó con la cabeza. Registramos los bolsillos, pero no hallamos nada; ni llaves, ni cartera…nada. Torres ojeó todas las instantáneas. Los músculos de la mandíbula iban tensándose a medida que las pasaba.

El subcomisario Torres era bajo, pero su tamaño engañaba, ya que también era fuerte, robusto. Sus anchos hombros y brazos musculados ayudaban a transmitir esa imagen. Llevaba la cabeza bien rasurada, pretendiendo disimular una incipiente calva que iba avanzando desde la coronilla a modo de tonsura.

A sus cincuenta y tres años, era un hombre que se había curtido en la calle y que había logrado ascender en el escalafón del cuerpo policial debido a sus propios méritos. Sin duda, Torres era un hombre de acción; duro, pero justo. Ander le tenía un gran respeto.

El subcomisario dejó la última fotografía sobre la mesa y volvió a dirigirse hacia el ventanal. Durante unos largos segundos, parecía como si su atención se centrara exclusivamente en el denso tráfico que colapsaba la avenida de Enekuri y en las negras nubes que, impulsadas por el frío viento del norte, avanzaban con rapidez por el firmamento bilbaíno.

Esto nos indica que estamos ante un asesino organizado, que controla los tiempos. Del Grupo 4, Alday era el que menos tiempo llevaba. En un principio Ander consideró que con Gardeazabal y Arregui sería suficiente para poder hacer frente a los casos que les asignaran.

Sin embargo, la realidad le puso en su sitio, ya que ninguno de los tres eran especialistas en delitos económicos o informáticos y cada vez eran más los casos que implicaban conocimientos en esas áreas.

Por ello, dos años atrás pidió la incorporación de un agente con perfil informático. Le asignaron a un muchacho de veinticuatro años, de mirada un tanto esquiva, pero con una dedicación absoluta a la tarea. Siempre aparecía en la oficina con su media melena castaña despeinada, pero el uniforme perfectamente planchado; sin una sola arruga.

Los informes de Alday eran precisos y nunca se demoraban. Pronto se convirtió en insustituible a los ojos de Ander. Lo cual nos lleva a un nuevo escenario. Parece que el asesino quiere entablar una conversación con nosotros a través de sus mensajes. Eso es lo que más me inquieta de todo, porque esta necesidad de abrir una línea directa de comunicación con la policía puede significar que nos enfrentamos a un asesino en serie.

Con lo cual, este no sería más que el primer crimen de muchos. Hizo una pausa. Sus compañeros lo observaban atentamente, conocedores de que Ander era uno de los inspectores con mayor experiencia en criminología de la Ertzaintza.

Habla con nuestra oficina central de investigación, si te encuentras en un punto muerto. Para los casos en los que hace falta un poco de magia con los datos, yo suelo llamar a los chicos de la UOT. La UOT era la unidad de soporte operativo y técnico de la policía autónoma. Una de las cinco unidades en las que se dividía la oficina central de inteligencia, también conocida como la OCI.

El asesino dejó esta nota dentro de la boca de la víctima. Les pasó el documento a sus compañeros para que pudieran observarlo detenidamente. Pedro Gardeazabal era un veterano de los años de plomo. Los años en los que la lucha antiterrorista era la prioridad absoluta para la policía autónoma vasca.

En esos duros años, Gardeazabal se había caracterizado por ser un policía áspero, de la vieja escuela, con demasiada propensión al uso de la violencia.

En el año dos mil fue compañero de Ander y, desde entonces, siempre habían trabajado juntos. Era un policía alto y fibroso cuya única presencia ya imponía. Ahora mismo realizaré la solicitud para que la analicen en busca de posibles huellas o restos de ADN para su cotejo con el de la víctima —dijo Ander, recuperando la bolsa —.

Nos tenemos que poner en marcha, chicos. Como dice el subcomisario, este asunto tiene prioridad absoluta. Pasad a Olano y a Jiménez los expedientes de nuestros dos casos actuales. Los agentes asintieron. Arregui, haz un listado de las denuncias por desaparición que se hayan podido realizar en Bizkaia en los últimos tres meses.

Buscamos una mujer de mediana edad. Pedro, tú pásate por Olabeaga y vuelve a peinar toda la zona, quizá se nos pasase algo por alto. Pregunta a los vecinos a ver si recuerdan algún detalle más —Ander entrelazó sus manos y miró a Torres—.

Por ahora esto es todo lo que tenemos jefe, hay mucho trabajo que hacer. Sed fuertes y no os rindáis jamás. Contáis con el apoyo de toda la comisaría, no lo olvidéis. Hizo una pausa para que calará su mensaje y se dirigió a Ander. Es hora de aparcar los asuntos personales y centrarse en la investigación con todos los sentidos.

Confío en ti —dijo sin apartar la mirada del inspector—. Salid ahí fuera y encontrad las pruebas que nos permitan resolverlo lo antes posible. Este asunto es absolutamente confidencial. No quiero a la prensa sobrevolándonos como buitres —concluyó, para girarse de nuevo hacia la ventana, con la mirada perdida en el horizonte.

Las precipitaciones continuaban sin dar tregua. Afortunadamente, Iskander siempre llevaba un gran paraguas negro en el maletero. Mientras interrogaba a la mujer se pegó un poco más a ella para protegerla de la lluvia.

Para cuando llegué yo, ya no quedaba nadie, tan solo esa cinta de allí —dijo, señalando a la cinta del precinto que impedía el acceso al embarcadero—.

Pero los vecinos de este bloque me han contado que fue algo horrible —continuó, santiguándose, pretendiendo ahuyentar los malos espíritus. Iskander recordó la impresión experimentada al recibir el wasap de su redactor jefe.

La imagen adjunta no era nítida, se veía muy borrosa; había sido capturada por un teléfono móvil desde una posición muy lejana. Sin embargo, el horror se intuía. Él sabía muy bien que no hacía falta ver el mal para percibirlo. Nos alerta ese instinto primigenio de supervivencia que anida en todos nosotros; ese instinto que emite una señal de alarma cada vez que detecta una anomalía potencialmente peligrosa, señal ésta que actúa como toque de diana para nuestros sentidos.

La fotografía mostraba a la víctima apoyada contra la farola del embarcadero. De cintura para arriba no parecía más que una masa informe de tonos rojizos.

Visto desde esa distancia, a Iskander le recordó uno de esos muñecos que los niños pierden en la calle y que el rigor climatológico y la exposición al medio ambiente acaban por transformar y erosionar, hasta convertirlos en poco más que tela y trapo; borrando todo vestigio de la alegría y del gozo que un día habían proporcionado a aquellos niños.

Para cuando los vecinos quisieron darse cuenta de todo el revuelo que se había montado aquí abajo, la policía ya tenía la zona acordonada. No pudieron ver gran cosa. No olvidemos que la policía acudió aquí alertada por la llamada de un vecino —insistió Iskander, que comenzaba a marearse con los efluvios a lejía que emanaban de los guantes de la mujer—.

Supongo que una persona como usted, que viene a trabajar tan temprano y que cuenta con tan buenas relaciones entre la gente del vecindario, ya se habrá enterado de la identidad del denunciante, ¿no es así?

La mujer se encogió de hombros, dando a entender que no le podía decir nada más. Comenzó a negar con la cabeza, hasta que una de esas negaciones se quedó a medio camino. Iskander percibió que un atisbo de idea, reflejada en un ligero brillo en sus ojos, atravesaba la mente de la mujer.

Quizás no sea nada, pero merece la pena probarlo ¿verdad? Resuelta, pulsó el botón correspondiente al tercero derecha. Tras unos segundos eternos de espera, una voz quebrada respondió desde el otro extremo. Sube, muchacho, mejor hablamos aquí, que hoy hace mucho frío en la calle.

La vivienda de María Isabel estaba decorada con un gusto que debió de ser lo más allá por los años sesenta.

El suelo de madera estaba cubierto por una moqueta verde aceituna, que mostraba manchones aquí y allá, y que clareaba por las zonas de paso. Sin embargo, los muebles de nogal del recibidor y del salón eran de muy buena calidad.

Iskander pensó que serían de madera maciza. Por desgracia, la obra de la incansable carcoma se mostraba inclemente en algunas secciones, confiriéndole a la estancia y al conjunto de la vivienda en general un aire decadente, crepuscular.

Entraron al salón. El sofá estaba situado frente a un mueble que ocupaba toda la pared y que exponía, en sus ajadas vitrinas, una amalgama abigarrada de piezas de cristal de diversas formas y tamaño.

Encastrada en ese altar del coleccionismo, una televisión plana de última generación llenaba de contenido las horas muertas de la buena mujer.

Las paredes estaban repletas de marcos con retratos de gente sonriente. El acabado de las fotografías evidenciaba que muchos años separaban unas de las otras.

Algunas eran en blanco y negro; otras de color sepia, que les daba un toque aún más añejo que las de blanco y negro; por último, había unas pocas instantáneas en color.

Iskander se detuvo a contemplar una de las primeras fotografías, en la que una cuadrilla de toreros entraba, orgullosa, en el coso de la plaza de toros de Vista Alegre.

En ese preciso momento, María Isabel apareció portando una bandeja de aluminio que contenía un juego completo de café de porcelana, cafetera, lechera y azucarero, incluidos. Acompañaba a ese servicio una preciosa cajita de hojalata repleta de galletas de mantequilla danesas.

El periodista se giró sorprendido. Francisco Ruiz. Era novillero, nunca llegó a torear toros de lidia. Ha llovido mucho desde entonces. Supongo que se sentiría muy orgullosa de su padre.

El recuerdo de esa maravillosa sonrisa me acompañará hasta la tumba. María Isabel se secó la lágrima que recorría su mejilla y, tomando la coqueta cafetera, vertió en la taza de Iskander un poco de su contenido.

Tres horas más tarde, Iskander montaba en metro en la estación de San Mamés. Tenía material más que suficiente para escribir un buen reportaje.

Al final, la tertulia con María Isabel resultó mucho más fructífera de lo que hubiera imaginado. Tras escuchar pacientemente el repaso que la amable mujer le hizo de su extensa familia, Iskander pudo preguntarla, por fin, si conocía la identidad del vecino que había avisado a la policía municipal.

Para su sorpresa, resultó que María Isabel sí que le conocía. Se trataba de un hombre que vivía junto a la estación del tren y que era conocido en el barrio como Manu el Rubio, no por el color del pelo, sino que por su afición a fumar ese tipo de tabaco.

Pasó la siguiente hora buscándole por el barrio, hasta que dio con él y con su perro cerca de la escena del crimen. El Rubio vestía una chamarra de North Face negra sobre un chándal azul marino que parecía ser de un par de tallas más grandes que la suya.

Más tarde explicaría a Iskander, con todo detalle, aquello que pudo ver la mañana anterior. Durante la entrevista, el periodista utilizó una táctica que ponía en práctica a menudo, consistente en escribir febrilmente en su bloc de notas todo lo que el entrevistado le comentaba.

La mayoría de las anotaciones no eran más que palabras huecas o, incluso, garabatos; sin embargo, Manu el Rubio se mostraba encantado, ante la perspectiva de que su testimonio tuviese protagonismo.

Se imaginaba apareciendo en la portada de la edición de El Correo del día siguiente. El Rubio le contó que había prestado declaración ante varios agentes de la policía. También le repitió a Iskander la misma historia que les había contado a los agentes: que cuando pasó por primera vez por el embarcadero no vio nada más que el grafiti ahora borrado y que pensó que sería obra de algunos granujillas, chavales que se aburrían y que para matar el tiempo les daba por pintar en las paredes.

No fue hasta regresar del paseo con el perro, aproximadamente tres cuartos de hora más tarde, que vio a la mujer. Al acercarse y comprobar lo horriblemente mutilada que estaba, echó todo el desayuno por la barandilla. Pero, al hablar de lo sucedido con Iskander en un tono tan distendido, el hombre recordó algo que había pasado por alto, algo a lo que no había dado mayor importancia.

Un detalle que la policía no conocía. Al bajar al muelle, había visto una furgoneta blanca aparcada frente al embarcadero. Ese detalle no le pareció relevante cuando declaró a la policía, sin embargo, al hablar con el periodista, el Rubio cayó en la cuenta de que, al regresar y descubrir el cadáver, la furgoneta ya no estaba allí; que tan solo quedaba un hueco libre donde antes había estado estacionada.

Por desgracia, no pudo darle más detalles de la furgoneta ni tampoco si dentro había alguien o no. Pero esa información resultaba muy valiosa para Iskander. El aviso sonó a través de la megafonía del suburbano sacando a Iskander de su ensimismamiento. Se apeó en esa estación.

A esas horas, los trenes venían cargados de estudiantes y trabajadores que volvían a sus hogares. Una vez en el exterior, Iskander bajó por la avenida pintor Losada dejando atrás la campa de Basarrate. Cerca del final de la avenida se encontraba la redacción de El Correo.

bellacullen breaking crepúsculo edwardcullen lilycollins lunanueva newmoon reencarnacion robertpattinson stepheniemeyer twilight vampiros. Después de otro día en el instituto llegó la hora del almuerzo, la cual me di cuenta de que es mi mejor momento, realmente descanso bien ahí.

Me acerco a la mesa donde está Mike, Tyler, Jess, Angela, Eric y Bella, dejo mi bolso junto a Bella y los escucho hablar de "la Push". Según mis sueños y recuerdos de mi niñez, la Push es una playa perteneciente a los Quileute, y por ende está prohibido ir para los vampiros.

Ahora que lo pienso, es el refugio más lógico si James me llega a ver. Voy a traer mi comida —digo, Bella comienza a contar su mentira de irnos a Jacksonville y yo voy directo a las bandejas para servirme comida. Hola —dice con una sonrisa cerrada y deslumbradora.

Y yo me siento como mami queriendo sonreír tensamente y decirle que no moleste. Y me preguntaba si te interesaría ir con nosotros a la playa. Sí, lo lobos, el tratado ¿es qué no te enteras Isabella?

No les faltaría razón, efectivamente, en lo referente a su origen. Como explica Gelpi, Jesús no nació el 25 de diciembre: «Ni siquiera el dato que da Lucas al principio del capítulo 2 de su Evangelio, describiendo a unos pastores con su ganado pernoctando al raso, parece encajar con el invierno de la estepa de Belén », apunta la teóloga.

Para que esto ocurriera, debieron darse una serie de circunstancias sociales, políticas y teológicas que únicamente podemos apuntar, con la retrospectiva que permite la Historia». Se libra la batalla hoy, sobre todo, en el campo de los símbolos, de las representaciones.

Así aparecen los belenes laicos. Serían estos, pese a la falta de consenso en la definición —e incluso de definición misma— representaciones navideñas, con perdón, alejadas de la estética del tradicional pesebre y con un sentido, por lo tanto, desconocido e inteligible. Podría parecer, pues, casi abiertamente una burla, una sátira.

Las iluminaciones se vuelven abstractas, los árboles se deconstruyen, los Reyes Magos se disfrazan de no se sabe muy bien qué —nunca te lo perdonaremos, Carmena—, las cabalgatas devienen en sambódromo invernal … El progresismo neopuritano, adanista y concienzudo, borra —lo intenta, al menos— toda huella de nuestro pasado.

Pero no son estos los primeros ataques a la festividad navideña a lo largo de la Historia. También durante la Revolución Francesa, y ni que decir tiene, de la Rusa , estuvo su celebración bajo el acecho de las autoridades». Pero sobrevivió a todo avatar, llegando hasta hoy. La clave para el retorno de esta celebración religiosa, además del fundamental apoyo popular, estuvo según Gelpi en el giro hacia la familia que se da a partir de la época victoriana, en la que se adoptaron la mayor parte de los rituales que seguimos ahora, incluida la idea de consumo, que Coca-Cola completaría con el calco de San Nicolás en Papá Noel.

La cuestión entonces, tal y como parece plantearse, es si hoy, en una sociedad con cotas de fe bajo mínimos, tendrían sentido rituales como la Misa del Gallo, los cantos navideños, las copiosas comidas y cenas, los regalos recíprocos innecesarios, las desmesuradas y costosas iluminaciones callejeras, las ñoñas películas en familia, el sorteo del Gordo, las ineludibles cenas de empresa, las promesas de año nuevo Su carácter sostenido y de repetición permite al sujeto reconocer el suceso e identificarse como copartícipe de la comunidad de iguales.

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